sábado, 17 de enero de 2015

ESO DEL AMOR.











 ESO DEL AMOR.
                     

           Al salir de la sala él, como siempre, le pasó su brazo derecho por los hombros. Ella lo cogío por la cintura, anclando su pulgar en el cinturón. Bajaban la calle animados charlando sobre la película.                                                                                                                                                        
           -Seguro que el guionista es un hombre -le dijo ella- no entiende nada.                                                  
        Sorprendido la miró, el tampoco entendía. Esperaba una aclaración perdido como siempre en su sonrisa.
                                                                                                                        
           -Si una mujer quisiese quitarse la vida nunca se dispararía a la cabeza -le dijo.

           Hacia tiempo que él había dejado de intentar comprender a las mujeres, sus complejidades, los mecanismos internos que las hacia diferentes. Curioso, sin decir palabra,  la interrogó con la mirada esperando una respuesta. Ella se limitó ha acercarlo un poco mas. Camino del restaurante la obsequió con una flor, en la mesa pidió el vino mas exclusivo, un blanco que a ella le encantaba.Una vez solos le hizo el amor, mimándola sin racanería, parando en todos los rincones que el conocía. Por la mañana cuando despertaron ella se encontró con su mirada.
                                                 
            -¿Me dirás ahora?- mientras acariciaba su mejilla.                                                                                
             -¿Una mujer?, siempre en el corazón-                                                                                                      
             Satisfecho y fascinado por la respuesta cerró los ojos. Ella ladina dibujó una sonrisa.

       

jueves, 1 de enero de 2015

DESTINO APLAZADO.


     
        El taciturno y frio Tomas se sentó en su sillón raído, como cada noche, desde que el destino quiso apartarle de lo que mas quería. La soledad había apaciguado su carácter y aunque mas atemperado por los años y el cansancio nunca apartaría de su mente el tibio río rojo que una fatídica noche cubrió el asfalto. Ya no tenia nada que esperar, nada que temer, tan solo dejar que llegase su ultimo aliento.

        Entre las manos su libro favorito, imaginaba ponerse en la piel del ilustre italiano para purificar en lugar de este su alma atormentada. De pronto un sonido entre metálico y gutural le sustrajo repentinamente de sus reflexiones, -Malditos gatos, pensó para si, aunque algo extraño en aquel sonido le hizo dirigirse hacia la ventana. Miro entre curioso y alerta, escudriño la solitaria calle y pensó en regresar a su lectura cuando entre la oscuridad del callejón le pareció ver una figura indefinida, etérea y grotesca, sacada del mismo infierno que pronto desapareció. Estaba sereno aunque inmediatamente después de percatarse del leve temblor de su mano apoyada en el quicio de la ventana sintió, de arriba a bajo de su cuerpo, la inconfundible huella del miedo. Sin descomponerse demasiado dio media vuelta se acerco a la mesita donde estaba el libro y lo cerro de golpe. Tengo que salir mas, pensó, mientras dirigía sus pasos hacia el baño.

          Con el torso desnudo frente al espejo mesaba su barba de tres días.  La mirada fija en el reflejo se detuvo por un momento en sus propios ojos, verdes como la aceituna, preñados de melancolía. Su mirada, fija aun en el reflejo se dirigió a la medalla que tenia colgada del cuello, recuerdo de tiempos mas dichosos. Antes de enternecerse demasiado resolvió concentrarse otra vez en su rostro, en las arrugas que el tiempo y el dolor moldearon a placer, cuando escucho aquel sonido que por un momento paro su corazón y le heló la sangre, clin, clin, clin . La medalla ya no estaba. La cadena que la portaba lucia indemne. Sus manos aferradas al lavabo temblaban mientras su cabeza intentaba negar la evidencia, su conciencia atormento por última vez su alma.

           Temblando, notaba como el frio recorría su espalda mientras recogía la medalla, perfecta y brillante. Con la cabeza gacha leyó la inscripción ``Tuyo para siempre´´. Su cuerpo no reaccionaba pero su mente conservo la suficiente clarividencia para regresar al fatídico día. Un despiste y todo lo demás fue dolor, gritos, esperanzas rotas entre un amasijo de metal, ladino el destino que de un golpe arrebato sus esperanzas, pero no su vida. Al día siguiente alguien uniformado le entrego la medalla que el mismo le regalo. Ya estaba seguro, la visión del callejón era una cita aplazada en el tiempo, en cumplimiento de una promesa.

            Su cuerpo descansa en su sillón favorito, las facciones relajadas dejan ver el hombre que fue. La penumbra ha pasado y Tomas, el hombre que vivió una vida que no era suya, mantiene aun entre las manos su libro favorito, de su cuello la cadena dorada engarza la medalla, esta vez para siempre.